sábado, 10 de abril de 2010

ZAPATITOS BLANCOS

Las luchas por la independencia, la libertad, la soberanía, la justicia se desarrollan como procesos multitudinarios y complejos, pero con frecuencia se narran como epopeyas (conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente). Esto contribuye a obturar y reducir el entendimiento político de dichos procesos.

¿Qué queremos decir con esto?, que frecuentemente se concibe a esos procesos como la sucesión de hechos de heroísmo e incluso hasta de martirio, los que se tornan ideológicamente necesarios para valorar su auténtico rumbo y contenido. Desde ya que en esas luchas pueden y suelen darse, al menos en determinadas coyunturas, actos de heroísmo y de martirio.

Existe en algunos sectores un imaginario que interpreta que los procesos que no están lo suficientemente orientados al heroísmo y el martirio no son “revolucionarios”. El obituario se transforma en el “revolucionómetro”.



Es fácil entender que se trata de una falacia. Al menos para el peronismo, por la propia naturaleza de su concepción doctrinaria, lo revolucionario radica principalmente en su método, que implica la participación masiva y democrática de la población en la organización social, económica y política de acuerdo a sus necesidades, intereses y conveniencia.

Tanto es así, que durante las épocas de proscripción y persecución el peronismo luchó en defensa y a través de las organizaciones populares, considerando a éstas dentro de un orden de jerarquías cuyo continente de mayor orden es la nación y la comunidad latinoamericana de naciones.

Por otra parte, esa lucha siempre estuvo orientada a la defensa del orden democrático con la plena vigencia de sus instituciones, y aún en aquellos casos en que hizo uso de la violencia en forma defensiva, su objetivo fue la restitución del orden democrático. Esa orientación no obedece a una obediencia obtusa a principios “republicanos y liberales” meramente formales, sino a que es en las mejores condiciones de libertad y democracia donde la organización y la formación popular encuentran las mejores condiciones para su desarrollo.

Nunca el peronismo se propuso tomar el poder por otra vía que no fuera ésa.

Asimismo, y en orden a definiciones doctrinarias, el instrumento principal para alcanzar las transformaciones necesarias por vía democrática es el Estado y sus instituciones. Plantear otras estrategias es, desde nuestro punto de vista, todo lo opuesto a lo acertado.

No se trata de ignorar o de olvidar o de devaluar los actos de heroísmo y la martirización de gran cantidad de compañeros a través de toda nuestra historia, que los hubo en cantidad y se recuerdan con enorme respeto y admiración. Los heroicos mártires de los bombardeos de junio de 1955 estaban en la plaza para sostener un gobierno que actuaba en su defensa y fueron martirizados por el enemigo, no por propia decisión ni por decisión del movimiento.

Pero pretender o exigir el heroísmo o el martirio como condición necesaria para la participación popular en procesos políticos de transformación es condicionar negativamente dicha participación.

Por otra parte proponer organizaciones alternativas a las instituciones del Estado Nacional como instrumentos de dicha transformación es fracturar la organización social anárquicamente, en lugar de organizarla para fortalecer el proceso.

Esas tendencias constituyen y construyen - explícita o implícitamente - grupos, sectores u organizaciones de carácter vanguardistas y/o elitistas, todo lo contrario a lo que consideramos conveniente.

Semanas atrás el graduado en filosofía (filosófo es otra cosa) J.P.Feinman, en uno de sus fascículos de su “obra definitiva sobre el peronismo” (uffff!!!!!!) dedicados al surgimiento de la JP Lealtad y titulada “Un peronismo sin Montoneros o el miedo a morir” desarrolla una idea perversa para una mente brillante. La misma está sintetizada en la frase de un diálogo que reproduce y que cierra el artículo: “Si tienen miedo que se vayan a su casa pero que no se vayan a la derecha”, frase que encierra la idea de que el miedo fue la única motivación de quienes - ante la alternativa de continuar su militancia en la JP Regionales o dentro del Movimiento Peronista - eligieron el Movimiento. Extrañamente, en alguna parte del artículo el mismo Feinmann confiesa haber sentido miedo, pero por lo visto no se fue a su casa (¿se habrá ido a la derecha?).

Además, tiempo después -la desaparición de miles de compañeros, que no formaban parte de los grupos “combatientes armados” ni de otras ramas de la organización Montoneros - probaba la racionalidad y la lógica de ese miedo justificado ante el incremento de una situación de violencia que nada tenía que ver con las circunstancias, las necesidades, las aspiraciones y la conveniencia del pueblo.

La consecuencia fue la pérdida de miles de mujeres y hombres, con lo que el movimiento quedó diezmado en su capacidad y fracturado generacionalmente.

No existe en la frase reproducida, en ese entonces y en el uso actual que se hace de ella, la más mínima posibilidad de considerarse en el lugar del error. Si esta falta de análisis no obedece a razones de mala fé es por lo menos una demostración o de soberbia o de estupidez. ¿Qué dice esa frase que de algún modo Feinmann reivindica en el artículo? ¿Qué los miles de compañeros que se quedaron en el peronismo y en la Argentina resistiendo contra la dictadura son unos cobardes derechistas? Pues sí, exactamente eso es lo que la frase encierra. Lo que importa es lo que se hace y no la biblioteca sobre la que estamos parados tratando de aumentar nuestra estatura.

Seguramente el gobierno peronista de la década del 70 hubiera terminado en un golpe. Uno de los ideólogos del ejército de ese entonces - en un documento que circuló antes de las elecciones y el retorno de Perón - oponía a la consigna “Cámpora al Gobierno – Perón al poder” la suya: “Cámpora al gobierno - El ejército al poder”.

El enemigo no estaba vencido sino que se replegaba y daba el paso atrás para recuperarse del desgaste de una tiranía que llevaba 7 años. Su objetivo era conseguir que el avance organizativo político popular, que se había ido desarrollando en la resistencia a la dictadura con enormes dificultades, se detuviera en una breve temporada democrática y se especulaba, como ya se había hecho, con la muerte de Perón.

La estrategia contraria, podríamos decir obligatoria para cualquier militante peronista, era apoyar y sostener el avance de ese proceso, acentuando la participación popular y su organización dentro de un orden democrático, que aún débil y amenazado, se había abierto.

El clima que fue generado por aquel entonces, que tuvo su punto de mayor negatividad en Ezeiza el 20/06/1973, consiguió abortar lo que pudo tener de positivo ese proceso. El pueblo, que meses antes se había volcado a la acción política y había ganado las calles y la elección pese a los condicionamientos de la tiranía, quedó virtual y literalmente entre dos fuegos y se alejó de la participación política y ese proceso quedó definitivamente condenado.

Un peronista, entendemos, tiene la obligación de actuar en la forma más conveniente para la organización del pueblo, según las posibilidades que ofrezca cada coyuntura y de evitar poner esa organización en peligros innecesarios. Esto se evidencia en la acción política, de ninguna manera está certificada ni garantizada por la ideología teórica, que no es condición suficiente. Elegir otros caminos, espacios y formas de acción, máxime si son los que más favorecen al enemigo, es actuar en contra de los intereses del pueblo.

Otro cuestión que los artículos de Feinmann ponen sobre la mesa es el de analizar la política y la historia desde la biografía personal. Feinmann escribe desde su biografía - como atenuante debemos decir que uno tiende a hacer eso porque la experiencia más fiel es aquella que hemos protagonizado – y en ese marco se despliega y filtra la objeción que impugna su historia, el haber querido ser y estar y el no haber podido. El espejo nos aleja de la objetividad necesaria para analizar hechos, sobre todo aquellos sobre los cuales la distancia temporal debería darnos más lucidez. Así se corre el riesgo de terminar justificando todo desde la posición propia.

Feinamnn toma entonces su rol de historiador, que le permite hacer política hoy desde la interpretación histórica pero sin ensuciar en el barro sus propios zapatos.

Cuando la doctrina nos dice, primero está la Patria, después el Movimiento y por último los hombres, no sólo establece un orden político jerárquico espacial, al estilo de las mamushkas rusas, sino que también, de algún modo, establece una jerarquía por protagonismo y permanencia. Indudablemente nuestra historia y nuestro destino es el de la Patria y es esa continuidad la que nos da sentido histórico, es la Patria que ansía el pueblo la que subsistirá como realidad o como aspiración. En segundo lugar el Movimiento, que hasta la actualidad nos ha dado un espacio desde donde actuar, aprender y sobrevivir, pero su continuidad está condicionada al acierto neto de sus acciones. En el Movimiento los hombres tienen un protagonismo relativo y acotado en el tiempo. Es natural, como individuos o grupos no siempre podemos actuar inteligente y adecuadamente. O por lo menos siempre existirá algún compañero que pueda hacerlo mejor.

Ejemplos de ese tipo sobran. El antiperonismo se ha empeñado en ponerle “sub-ismos” al peronismo, es fácil ver que lo hace para restarle existencia, peso y valor y para mostrarlo fracturado, pero eso ha tenido históricamente una breve vida en el tiempo. Lo mismo pasa con los dirigentes e inclusive con los militantes. Un caso patético de eso es Menem y el “menemismo” que todo lo abarcaba en apariencia. Hoy el “menemismo” es una palabra que nos remite a un pasado lamentable y oprobioso para el peronismo. La realidad es que hoy Menem no podría presentarse a una elección en una sociedad de fomento de Anillaco.

Hace poco alguien recordaba en un blog el protagonismo de José Pedraza en el paro de 1979 contra la dictadura. Sin duda, en ese momento la acción de ese dirigente sindical ferroviario coincidió con los intereses de la Patria y del Movimiento. Pero no recordamos que haya mantenido ese protagonismo. Es algo que siempre hay que tener en cuenta para evitar terminar caer en el seguidismo a un dirigente y perder de vista el interés de la Patria y del Movimiento.

Debemos agradecer a la Patria, a la historia y al movimiento si en algún momento nuestra participación fue protagónica, aún en los casos en que haya sido anónima, lo que no podemos ni debemos pretender es que nuestro protagonismo sea permanente y mucho menos que el destino de la Patria o del Movimiento, y de los juicios que se vierten sobre él, esté atado a nuestro protagonismo ni al de ningún dirigente.

En otra parte del mismo artículo Feinmann hace referencia a los “verdaderos militantes”, destacando esa condición por su “formación”- Si bien no lo aclara - conociendo un poco al hombre - nos atrevemos a especular que se refiere a los conocimientos. Olvida Feinmann que la militancia en las organizaciones populares democráticas constituye un constante aprendizaje, considerando a este en su dimensión política, es decir en la discusión y acción política libre, sin condicionamientos atados a ninguna prerrogativa de grupos, vanguardias o elites. Si bien indudablemente un arquetipo de militante con buena educación y conocimientos es deseable, no es eso lo que lo convierte en un verdadero militante, si no la consustanciación y el compromiso que adquiere con el pueblo en el sinuoso pero constante camino de construir la organización nacional que mejor lo represente.
RICARDO GRECO






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